Una entrevista a Luis Landero
Literaturas.com publicó en 2014 esta entrevista que le hice a Luis Landero, y que ya no está disponible en la red. Aquí la tenéis, por si os apetece leerla.
EL CINE DE HOLLYWOOD Y LA HISTORIA SAGRADA ERAN LOS RÍOS IMAGINARIOS QUE PASABAN POR NUESTRA FANTASÍA
Llamo al timbre de su casa y me abre Luis Landero. Me recibe con el brazo derecho en cabestrillo. No aprieto mucho cuando nos abrazamos porque sé que estos últimos días anda sufriendo de lumbalgia. Tal vez debería sentirme intimidado por la simpatía, la franqueza y la amistad con la que me acoge un escritor de tanto talento, pero la cordialidad de la bienvenida crea de inmediato un ambiente cálido y es como si, en lugar de llevar unos meses sin vernos, reanudáramos una conversación interrumpida ayer.
El 9 de septiembre está prevista la salida de su nueva obra, un relato autobiográfico en el que intenta explicarse a sí mismo y al lector por qué complejos caminos terminó siendo quien es y escribiendo como lo hace. El balcón en invierno se lee como una novela y resulta imprescindible para quien quiera profundizar en la obra de Landero.
Tras los saludos y las preguntas habituales me conduce a su despacho. Allí se han escrito algunas de las novelas contemporáneas que más admiro. Aunque no Juegos de la edad tardía. Una estancia estrecha, con una mesa de trabajo. Libros sobre ella y en los anaqueles. Muchos libros. Sus lecturas. Traducciones de sus obras a lenguas que no comprendo. Un armario.
- Mira qué desorden.
Luis abre el armario. A mí me parece todo bastante ordenado. En grandes carpetas se almacenan borradores, páginas garabateadas, bocetos y descartes. Algunas llevan el título escrito en el dorso y otras no. Algunos contenidos se corresponden con lo anunciado por el título y otros no. Luis me enseña esos manuscritos de los que tanto hemos hablado antes.
- Primero escribo con pluma. Con tinta negra. La primera corrección a lápiz. La segunda en azul. Luego en rojo y la última en verde.
- ¿Y luego lo pasas al ordenador?
- Sí. Cuando ya tengo una versión casi definitiva.
- ¿Lo corriges en el ordenador o lo imprimes?
- Lo imprimo.
- ¿Has escrito alguno de tus libros a máquina?
- No. Cuando empecé con Juegos acababan de salir los primeros ordenadores. Usaban esos discos grandes y a veces se te borraba todo lo que habías metido en ellos. Vi que eran útiles y me compré uno. Había comprado la máquina de escribir poco antes y ya ni la usé.
Después abre el cajón de la mesa y me enseña otros papeles, aquí más revueltos. Le pido permiso para fotografiarle, para tomar imágenes de aquellas páginas y de su mano sobre ellas. Las manos dicen mucho de una persona. Las de Luis son manos fuertes y velludas, de dedos cortos y uñas cuidadas.
Luis me conduce al salón. Nos sentamos, él en un sillón, yo en un sofá, frente a una mesa baja. Enciendo la grabadora y comienzo con la única pregunta que ya le había anunciado.
- ¿Cuándo tomaste por primera vez Coca-cola?
- Joder, pues no me acuerdo. Pero fue en Madrid, no en mi pueblo. Lo que pasa es que yo esa anécdota la he trasladado a Alburquerque. Ya sabes que lo que te pasa en la realidad, cambia a la hora de ficcionalizarlo. La tomé en Madrid por primera vez, en el colegio Claret, donde estuve desde los ocho hasta los doce años interno. A los doce años, en 1960, ya se vino mi familia a Madrid. El Claret está en la Prosperidad, al lado de donde vivíamos en la adolescencia. Ahí probé yo por primera vez la Coca-cola. Lo demás es todo inventado. Una cosa es la memoria de lo que tú recuerdas de verdad y otra la memoria inconsciente, que probablemente es la más rica en un escritor. Es aquello que, naturalmente, no sabes que recuerdas, pero está ahí. Hay una parte inconsciente de la memoria a la que no tienes acceso, pero que a la hora de escribir, por lo que sea, sale. Y eso probablemente sea lo más misterioso. El pato Donald, Mickey Mouse, para mí eran personajes extraños. Los añadí a la Coca-cola, pero yo no sé si en épocas distintas de mi vida. Primero conocí la Coca-cola y después a Mickey Mouse y al pato Donald. Luego los junté. Junté también el colegio, aquella vez que llegó un camión de Coca-cola. Con todos esos materiales del naufragio de la memoria construí esta fantasía, donde aparece la Historia Sagrada. Estaba dando Historia Sagrada en ese momento. Cosa que no sé si es verdad o no. Probablemente no. Pero es igual. Recuerdo a un cura que tenía en el Claret. Yo tenía ocho años, nueve. Se llamaba el padre Sanabria y contaba la Historia Sagrada como nadie. Era un gran narrador. La contaba con muchos detalles. Nos tenía embelesados a todos. Y siempre dejaba el final del relato en el aire. Sabíamos que acababa porque decía: "En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo"; y nos íbamos porque había terminado la clase. Estábamos todos esperando qué pasaba hasta el día siguiente. Nos contaba la Historia Sagrada como si fuera un cuento, como una sucesión de historias maravillosas. Una vez, con la historia de la espigadora Ruth, apareció la Coca-cola. Como dice Ferlosio, nuestros referentes míticos son la Historia Sagrada y el cine de Hollywood . Con todo eso forjé una historia que no es real, pero que yo siento como auténtica, aunque no coincida con la realidad objetiva. Tiene consistencia para mí. Luego robé muchas botellas de Coca-cola. En aquellos tiempo en el barrio. Esos camiones que venían. Cuando el conductor y el ayudante iban con las cajas cogíamos una Coca-cola y salíamos corriendo. A veces salían detrás de nosotros. Que nos echaran un galgo.
- En este pequeño relato se unen dos mitologías, ¿no te parece? Porque la Coca-cola tiene mucho que ver con Hollywood...
- Sí, sin duda. De hecho, Marylin Monroe y todas estas rubias explosivas tienen mucho que ver con la Coca-cola y el cine de Hollywood. Ese mundo y la Historia Sagrada eran los ríos imaginarios que pasaban por nuestra fantasía. Yo además quise ser cura. Yo era muy religioso. En el colegio tenía al hermano Del Río, al padre Postigo, al padre Íñiguez... Me acuerdo de los nombres de casi todos. Me animaban a ir al seminario y yo quería. Mi padre ya estaba en Madrid, murió en el 64, así que esto debió de ser en el 60 o 61. Yo quería ir al seminario. Fueron dos curas a hablar con mi padre para llevarme a Miranda del Ebro, donde había un seminario claretiano. Yo quería ir de todas todas. Mi padre dijo que de ninguna manera. Mi padre se negó en redondo. Él no era nada religioso. Era muy descreído. Cuando las monjitas venían en navidad con una tarjeta para que les diera el aguinaldo él sacaba su cartera y se la cambiaba por la suya. [risas] Era un poco anticlerical. A pesar de que me llevó con los curas, porque en el pueblo le dijeron que acababa de inaugurarse un colegio y que estaba muy bien. Mi padre estaba dispuesto a hacer un esfuerzo económico, enorme, para él, para mandarme a estudiar.
- ¿Qué posición ocupas entre tus hermanas?
- Tengo dos hermanas mayores y una menor. La mayor vive en mi pueblo. Se casó con un primo hermano mío, Paco, que fue quien me enseñó a tocar la guitarra. Se fueron al campo, porque les gustaba mucho. Paco murió desgraciadamente en 2005 y ella se quedó en el campo.
- ¿Cómo era el ambiente religioso en tu familia?
- En mi familia no había ningún ambiente religioso. Mis padres no iban a misa. Hacían el paripé cuando iba un cura a llevarme. A mí padre no le interesó nunca nada de esto. Ni a mi padre ni a nadie de mi familia. Sobre todo por parte de padre, eran absolutamente ajenos a la religión. Por parte de madre, tengo una prima hermana que es teresiana.
- Y fuiste monaguillo...
- ¡Sí! En el Claret nos peleábamos por ser monaguillos. Sobre todo los días de fiesta mayor. Nos ponían un capisallo rojo. Era una misa abierta a la gente de fuera, muy solemne. Era un premio poder ayudar a misa allí. Había un padre, el padre Marcaida, con el que nos confesábamos todos, porque hacía nana-nana-nana y te daba la bendición, y hacía muy bien, porque, ¿qué pecados íbamos a tener con nueve o diez años? Se hacía una misa arriba a las ocho de la mañana y nos pegábamos para ayudar. Era como un privilegio.
- Hablas del colegio y de los curas con mucho cariño, pero en la historia de la Coca-cola aparecen como los que coartan la libertad.
- Yo no lo pasé excesivamente mal allí. No me trataron mal. Sin embargo Millás, que también estuvo en el Claret, era dos años mayor que yo, tiene unos recuerdos infaustos de esto. El padre Bauselas era como el jefe de estudios, el que repartía las hostias, en el sentido literal y sobre todo en el otro. Sin embargo, conmigo, como conocía a mi padre, y mi madre era costurera y ayudaba a hacer jerseys y cosas, siempre se portó bien.
- ¿Cómo eras en el colegio?
- Siempre fui mal estudiante. Espera un momento, que voy a enseñarte algo.
Luis vuelve a su despacho. Lo sigo. Husmea por todas partes hasta que encuentra lo que busca.
- Juraría que está aquí. Está aquí. Mira, éste es. Libro de Calificación Escolar. No te creas que yo vestía así: éste es mi traje de primera comunión, con pajarita [señala la foto de su libro; está sellado en el 58].
En el curso 1959-1960 Luis obtuvo un 2 en Literatura, que se convirtió en septiembre en un 1. Queda claro que las clases lo impresionaban menos que su abuela Francisca junto al evónimo. También suspendió Francés y Dibujo, que después superó en septiembre. Sin embargo, consiguió un 9 en Religión.
- En 5º tengo todo cinco. Fue el año antes de morir mi padre. Fui a peor. Yo era un estudiante regular, pero a partir de cuarto me convertí en un golfillo de la Prospe. Mi padre me puso a trabajar en un taller mecánico especializado en Mercedes, Talleres Mecha, en la calle Pilar de Zaragoza, enfrente del gimnasio Moscardó. Un día vino Marisol con un Mercedes. Yo estaba enamoradísimo de ella y me dio vergüenza que me viera, si es que me vio, no lo creo, con el mono sucio. Me metieron en ciencias sin contar conmigo ni ver cuáles eran mis posibilidades. Los curas dijeron, "Ciencias, que tiene más salidas", y aconsejaron a mis padres. Yo no tenía ni idea de nada. No entendía ni la Química, ni la Física, ni las Matemáticas. Mira este sello: Larrumbe. Aquí estudié con Javier Reverte y con Jorge Martínez Reverte. Hay un libro donde Jorge recuerda cuando estábamos juntos. Ésa fue la época de academias nocturnas. Dejé los estudios después de 5º porque murió mi padre. Me puse a trabajar en CLESA, donde estuve casi un año, nueve o diez meses. Trabajaba de auxiliar administrativo. Me recomendó la marquesa de Andújar, porque había una amiga de mi madre que servía en su casa. Me echaron. Lo de auxiliar administrativo no era lo mío. Luego vino lo de la guitarra y dejé de estudiar. Pero no obstante iba a academias nocturnas. Y sacaba de vez en cuando alguna asignatura. Aquí me quedaban tres de sexto. Esto es el 65-66. Aquí suspendo la Física. Estuve todo un año preparando la Física en un colegio que está en General Pardiñas, esquina Diego de León, Colegio Ibérico, creo recordar: una academia nocturna. También fui a la Academia Cima y a la Martínez Pita, donde hice Preu, y de la cual tengo un recuerdo estupendo, porque tuve muy buenos profesores. Ahí fue donde me pasé a letras. Ésta no estaba homologada. Me examinaba en el San Isidro o en el Cisneros. También fui al Colegio Liceo Escolar. En el 67-68 conseguí aprobar la Física. Luego me presenté a la reválida y suspendí. En aquellos tiempos, si suspendías la reválida, era hasta una ventaja: pasabas a Preu y en la Selectividad tenías una conferencia más, que tú tenías que resumir, y a mí eso se me da muy bien. Ya te enseñaré más cosas. Mi carnet de guitarrista...
- ¿Cuánto tiempo te dedicaste a la guitarra?
- Cuatro años profesionalmente. Mira, ésta es la prueba de madurez, la Selectividad. En Francés mal, como siempre. Ahí conseguí pasar. Tuve una vida accidentada. La guerra que me dio a mí la Física.
- Y, como no escarmentaste de tantas aulas, te hiciste profesor...
- Sí. Di clase en el Calderón de la Barca, de Carabanchel. Lo solicité pensando que estaba en el centro de Madrid, porque tenía que pedir de un día para otro y no tenía ni idea dónde quedaba. Mi mujer pidió el Tirso de Molina pensando lo mismo, y estaba en Vallecas...
- ¿Siempre has vivido aquí?
- Primero viví en la casa de al lado, de alquiler. Allí escribí Juegos. Allí nacieron mis hijos.
- ¿Cómo es ahora tu postura ante la religión?
- Yo soy bastante anticlerical. Creo que este país ha estado marcado por la iglesia. El cristianismo es muy ajeno para mí, a pesar de que lo he vivido íntimamente. Por supuesto que respeto a los que creen, cómo no, pero lo que no soporto es el proselitismo, el ansia de poder que tiene la iglesia, la connivencia y la tolerancia con la dictadura, con las dictaduras en general. Muy en el fondo yo tengo algo religioso del final de mi infancia y de mi adolescencia. Yo dejé de creer cuando me enamoré por primera vez, de la chica más guapa del barrio: y ya se acabó...
- Tu cambio en el aspecto religioso coincidió con la muerte de tu padre...
- Sí, pero ya incluso antes me había desvinculado. En realidad fue cuando dejé el Claret y descubrí la vida del barrio, con las motos, los amiguetes, las chavalas... Aquello ya se acabó. Guardo algo de dulzura que viene del mundo idílico del Evangelio, de las estampitas, de las viñetas de los libros de Religión... Hay algo en mí de añoranza hacia ese mundo, que también es añoranza del tiempo perdido, de aquella inocencia mía perdida. De cuando no había descubierto la religión en su lado más sombrío. Lo que es la iglesia. Para mí ese sentimiento era algo muy puro. Comprendo la experiencia religiosa. Leo a Unamuno y sigo sus problemas y me apasiona. Una cosa es ésa, y otra la cara más rechazable de la iglesia.
- Y escogiste el camino perfecto para retratar algo que se pretende indiscutible y eterno: la burla.
- Sí. No me voy a poner en plan teólogo...
- Conoces muy bien los textos bíblicos.
- La Historia Sagrada me marcó para siempre y leo la Biblia de cuando en cuando. Me gusta. Siempre he sido lector de la Biblia, al margen de mi ateísmo.
- Un lector habitual de la Biblia tenía que inventar un Isaías.
- Don Isaías existía. Vivía en el tercero donde vive mi madre. Aparece en Entre líneas . En el capítulo "El verbo, siempre el verbo". Su mujer se llamaba Adelina. No: Josefina . Fue la que ayudó a mi madre a vestir a mi padre cuando lo trajeron a casa . Josefina era maestra y él era maestro. Eran de Zamora . Le puse don Isaías al personaje de Juegos por él. Probablemente no sea inocente haberle puesto ese nombre bíblico de profeta. Don Isaías vive en las alturas y habla con un lenguaje sublime, él mismo lo dice: "Los santos suben a las montañas y luego bajan porque han visto a Dios". Como Moisés, cuando sube por las Tablas de la Ley. Es un personaje que estuve a punto de quitar, porque ese capítulo nunca termino de convencerme, pero dije "Bah, ¿por qué no?".
- ¿Pensaste en terminar Juegos con la huida brusca de la pensión?
- Era una posibilidad. De hecho un amigo me dijo que lo terminara ahí. Pero yo quería llevar la trama hasta el final. Esa huida y el encuentro final entre los dos.
- Me da la sensación de que los personajes te caían tan bien que querías salvarlos.
- Probablemente sí. Yo lo tenía pensado desde el principio: se tienen que ver. Este hombre va a la deriva, justamente al pueblo donde está Gil, y se conocen. Pero, claro, no lo conoce Gregorio, sino el biógrafo de Faroni. De algún modo encuentran un descanso, una absolución. Adelante, y salieron juntos a la calle. Salir de la oscuridad. Eso es la memoria inconsciente. Apenas tienes acceso a ella, pero está ahí.
- Me siento confundido cuando estudio al personaje de Angelina. Su repugnancia por el sexo, ¿es natural en ella o fruto de la represión?
- Creo que Angelina es un poco asexual. La madre es muy religiosa. El padre es militar. Rojo y negro. La iglesia y el ejército. Ella ha crecido de esa manera. Luego muere el padre. Vive en un continuo luto. Una mujer también incapacitada para la pasión y la poesía. Carece de imaginación. Se dedica a bordar. Le han enseñado que su tarea en la vida es bordar. No tiene proyecto de vida. No tiene aficiones. Se casa porque hay que casarse .
- Su educación ha sido determinante.
- Sí. No sé qué tipo de educación ha recibido, pero se sobreentiende que sí. Es una mujer un tanto asexual. En principio no pensaba casar a Gregorio. En la primera versión no se casa. En ninguna de las dos versiones que hice en primera persona. Ni sé dónde están, ni merece la pena buscarlas. Pensé: si este hombre fracasa, es importante que fracase también en el mundo sentimental. Porque él ha soñado con Alicia, como luego con Marilín, el sueño inalcanzable del amor, y, al final, ¿con quién se va a casar?: con justamente lo contrario a Alicia y a la idea del amor que él tiene. Se casa con una suerte de resignación, por no estar solo, por rutina. Como se decía en Tres sombreros de copa, porque a los 28 años todo el mundo se casa. Pensé: tiene que casarse para completar el fracaso y la traición de todos sus sueños y de todo el proyecto de vida que tenía. El proyecto de ser un hombre puro, romántico, de ser poeta, de viajar...
- Además, es imprescindible que se case para que queden arrumbados poemas y guitarra...
- Exactamente. Entonces me di cuenta de que tenía que casarse. Le busqué una novia y lo casé. Pero en las dos primeras versiones no se casaba. Quizá porque yo quería ir muy rápido al meollo del asunto. Luego me di cuenta de que así no funcionaba. La primera parte tenía siete u ocho folios en las dos primeras versiones. Comprendí: si no cuento bien todos sus sueños y su carácter romántico, ni se va a ver su fracaso, ni luego, cuando intente recuperar sus sueños, pero ya desde la impostura, el lector va a tener información suficiente. Pensé: es fundamental su adolescencia.
- Y en la primera parte aparece el afán.
- ¡Sí! El afán. Y el amor, Alicia, el descubrimiento de la poesía... En esas siete u ocho páginas estaba contado todo de un modo vago, muy general. Eso no funcionaba. Había que contarlo por menudo. Ahí está la Prospe, mi barrio. El quiosco donde vive Félix Olías es el quiosco del señor Emilio y la señora Patro. Alicia existía, pero yo no estaba enamorado de ella. Era guapa, rubia. Aproveché el nombre. Su perro también se llamaba Drake. Era un perro pequeño pero yo lo hice perro lobo grande.
- ¿Dónde te imaginas el apartamento de Félix Olías?
- Me lo imagino de modo muy vago. El quiosco sí lo imagino con precisión. En la calle Mataelpino, justo enfrente de donde vivía yo entonces. Los tranvías que pasan son los tranvías de la calle Cartagena. Los amiguetes eran la panda de amigos que estábamos allí. Es muy autobiográfico, en el sentido de que cuento mi adolescencia.
- Y ahora las grandes incógnitas. El Café de los Ensayistas, ¿es el Comercial? Santos Merlín, ¿es Agustín García Calvo?
- Sí. El café es el Comercial y Merlín es García Calvo. Fui alguna vez a la Manuela a escucharlo. Era un café donde daba charlas. No sé si los martes. Hablaba como Sócrates en el ágora, de la poesía y de otras cosas. Iba con una chica rubia. Lo pasé espacialmente al Comercial. Merlín, como el mago, con los pelos alborotados y todo eso.
- Cuanto más leo la obra, más convencido estoy de que, bajo su naturaleza represora, la madre de Angelina es un personaje que esconde una enorme concupiscencia.
- Sin duda. Ella saca esa concupiscencia de cuando en cuando. Cuando el marido la saca a bailar... Ahí hay una cosa reprimida. Como tú dices en tu trabajo, reprimida y represora, porque es ambas cosas. Había ahí una escenita que quité. Seguían jugando al veoveo Gregorio y Angelina, y la madre los escuchaba desde su habitación, y contestaba. E incluso se iba y se acostaba entre los dos. Y eso lo quité no sé por qué. Luego me dio pena haberlo quitado. El caso es que se acostaba entre los dos, y los tres jugaban a eso, lo cual, naturalmente, o es la negación del mundo sexual o es la promesa de la promiscuidad [risas]. La madre salía porque aparecía Angelina. Cuando me planteé con quién vivía decidí, pues con la madre... Desde luego, cuando recuerda cómo conoce al militar aparece toda su lascivia: el "Hágase tu voluntad" es un ofrecerse sexualmente a él.
- Es esa escena se parece a la madre de Luciano .
- Sí, es una cosa así. Eso forma parte de mi mundo onírico, de mi mundo erótico. Esas mujeres que parecen tan santas... Cuando se une la religión y el sexo eso es dinamita. A mí de pequeño siempre me gustaron las jovencitas católicas, apostólicas y romanas, porque me parecía que pervertirlas era [risas]... Que fueran muy pudorosas... Me ponían más que las que eran más liberales. Yo lo he comentado con algunos amigos y les pasa lo mismo. Las de buena familia, de derechas, tienen un encanto especial, sobre todo para los que venimos de una clase social más baja. La que va a misa, la que se confiesa, la que va con el velito... Encienden la fantasía erótica de los que vivimos esa época, porque además solían ser las mejor vestidas, las más guapas.
- Al leer El balcón en invierno pasaban ante mí todos los personajes de tus novelas.
- Sí, seguramente sea así. Cuando cree al Raimundo de El guitarrista cogí a dos personajes reales y formé con ellos uno imaginario. Uno es Paco, que sale mucho aquí. El soñador y aventurero que me mete en la cabeza la idea del arte, de la guitarra, de la vida bohemia, tú ya sabes... Pero más todavía está Chamaco. Chamaco era un guitarrista que conocí en París. Tocaba conmigo en el mismo local. Era un donjuán y chuleaba burguesas. Luego está mi padre, que aparece en todas, cómo no, si es el centro de lo que escribo. Mi madre sale de cuando en cuando. Hay muchos personajes que parecen inventados, pero si te fijas no lo son del todo. Para crearlos me he fijado en alguien a quien conocía, en alguien de quien había oído hablar. El Gregorio Elías joven, el de la Prospe, sí que está basado en mí. El adulto no. Y el joven está muy deformado. Félix Olías sale del señor Emilio, que tenía un quiosco enfrente de donde yo vivía. Allí compraba las novelitas que me gustaban tanto. Del oeste, de investigadores. Es verdad que en El balcón en invierno aparece todo. Es como si les quitaras a mis personajes la máscara. Aunque eso es también otra forma de máscara. El escritor construye al personaje pero, por muy real que sea, no puede contar con las travesuras de la memoria, con la intención de las palabras, con los imprevistos.
- El balcón en invierno fluye
- Me ha salido con una facilidad enorme y me ha hecho feliz durante muchos meses. Como todo estaba ahí, no he tenido que inventar nada.
- ¿La estructura en vaivén es premeditada?
- No, no... Nada de eso. Yo iba de un sitio a otro sin plantearme la estructura. Cojo una noche de septiembre del 64 con mi madre en el balcón, voy a la infancia, vuelvo, voy y vengo... No ha sido premeditada. La estructura no es tan importante como creen algunos, salvo en obras en las que forma parte del mismo contenido, como Pedro Páramo. Otras veces no es más que un adorno que algunos escritores usan para presumir.
Luis mira el reloj. Más de las 7.
- Oye, ¿y si nos vamos a tomar algo? Tenemos muchos días para esto...
- Por supuesto.
Luis se prepara apresuradamente para salir. Sobre su camisa de tono rosa se embute una chaqueta marrón. Bajamos las escaleras y llegamos al portal.
- Adelante - grita Luis, y salimos juntos a la calle.