Alfonso Ruiz de Aguirre

De Secundaria, para Secundaria

EL DIFAMADOR

FINALISTA DEL PREMIO RÍO MANZANARES

Foto de Lupe Rubio


Alfonso Ruiz de Aguirre rompe un tabú y arremete en su última novela, 'El difamador', contra la corrupción de los premios literarios que conceden las grandes editoriales. Finalista del VIII Premio Río Manzanares de Novela, 'El difamador' (Calambur) es un ajuste de cuentas con los «empresarios abusones, los conductores asesinos y los obsesionados por lo políticamente correcto».
Para Ruiz de Aguirre (Toledo, 1968), no todos los certámenes literarios se pueden medir por el mismo rasero en cuanto a su honradez. Están los que convocan ayuntamientos, diputaciones o entidades públicas, que «suelen repartirse en función del mérito literario de los concursantes». Y luego están lo que denomina de 'clase A', que organizan las grandes editoriales y se conceden «en función de variables psiconáuticas que escapan a mis torpes entendederas; solo por casualidad acaban engordando su prestigio con nombres que se venden bien».
La novela cuenta la historia de Ricardo Salazar, a quien se le brinda la oportunidad de rehacer su vida y escapar de la mendicidad ejerciendo como difamador. Por el relato transitan personajes que se mueven entre la parodia y el disparate, como el malogrado torero Romerito de Carmona, el negro Kabuga, que cruzó el Estrecho en patera para ser policía y vive de alquilar sus servicios sexuales, u Ochotorena, devoto católico de las Milicias de Cristo.
Prolífico
Según Ruiz de Aguirre, grafómano, profesor de Literatura y prolífico autor de ocho novelas, 'El difamador' es quizá su obra «más gamberra». Pero ante todo es un homenaje a la picaresca, a todos esos libros que «bajo la risa, cuestionan la sociedad de su época». «Todos, desde el 'El buscón' a 'Pantaleón y la visitadoras' se asoman al cinismo para encontrar una salida a tanto absurdo, y terminan rechazándolo».
De la prosa mordaz del prosista no se libra la Iglesia católica. «Mi visión del mundo es católica y siento una enorme simpatía por esa confesión, pero tanto el cristianismo como el marxismo, el fascismo o el anarquismo, comparten una altisonancia en la fe que les hace proclives a la broma».
Admira el dominio de la lengua de Luis Landero, el castellano impecable de Luis Mateo Díez y el humor de Eduardo Mendoza, además de su rigor estructural. Por lo general, respeta a todos aquellos escritores que «no necesitan denostar a Galdós para hacer valer su concepción narrativa». Como docente de Literatura y Lengua en un instituto madrileño, Ruiz de Aguirre tiene una pésima opinión de las leyes educativas y sus patrocinadores.

Antonio Paniagua, El Norte de Castilla, enero de 2007