Alas germinarán
No soy poeta y solo he escrito este libro de poesía. Era necesario.
Carmen e Isabel nacieron muy pequeñas después de un embarazo demasiado corto: 860 y 660 gramos para combatir contra la Muerte. Sus órganos diminutos estaban sin terminar y a través de su piel transparente podías seguir el río de sus arterias. Tuvieron que pelear contra derrames cerebrales, hipoxias, retinopatías, bacterias, virus, anemias y graves problemas pulmonares, renales y cardíacos. Pasaron meses en la Unidad de Cuidados Intensivos, pero, después de ganar y perder muchas batallas, consiguieron ganarse el derecho a venirse con nosotros a casa. Los cuatro juntos. Isabel siguió luchando. Contra las enfermedades y contra los malnacidos que pretendían excluirla. Muchas veces estuvo al borde de la Muerte, o tres pasos más allá, pero volvió, porque luchaba con toda la fuerza de su debilidad y con toda la alegría de sus risas. Supo resistir y su mérito la convirtió en nuestro capitán. Tuvo que llevar durante más de un año una traqueostomía y después una gastrostomía, pero siempre nos desbordaba con su risa inagotable. Siempre feliz. Siempre contenta. Una madrugada, cuando ya parecía que íbamos a vencer, se le cerró la glotis y se nos murió en los brazos. Carmen se restableció rápidamente y se propuso demostrar que no iba a rendirse a los obstáculos. A los seis años iba al colegio con niñas un año mayores que ella, pero seguía el ritmo sin dificultad. Sabía nadar, patinar, montar en bici sin ruedines, contar cuentos y chistes, leer y escribir. Sabía tantas cosas que aquí no caben. Le apasionaban Mozart, Van der Weyden y los hermanos Grimm. Le encantaba el chocolate y su color favorito era el rosa. Ahora tiene 14 años y mejor no cuento nada de ella o sufriré su furia. Un año después de morir Isabel nació el quinto guerrero, Alfonso. Y guerrea lo suyo, no se vayan a creer.